In the Sangha meetings we would first meditate, and after we had finished singing Mahakala we stayed and socialized. We would buy drinks or bring sandwiches, and we stayed for several hours. Sometimes someone would play the guitar, other times we danced, but we always had a great time.
María del Socorro started to come frequently and we learned a few things about her: she was twice divorced, she had an older son who lived on his own, and an eight year old who lived with her. They lived with Maria del Socorro’s father who was an old man with Alzheimer.
One day she invited Javier and I to visit her. She lived in a second story apartment in a modern building on a nice avenue. We met her dad, who repeated over and over the same story: how he had met his deceased wife.
Then we met Eduardo, her eight year old boy. He was a good looking kid but did not stare you in the eyes: he looked away. One thing that we noticed was how he asked his mother to buy him this or that toy. María del Socorro did not make much money as a yoga teacher and we later learned the boy’s father was not very generous with his allowance. In fact he had a lot of money because he owned a factory, but he did not give his son much.
After we left, Javier told me : “I feel there’s something strange here.” The boy had been too insistent on his mom getting him certain toys. But life went on and we forgot about this. She was fun to be with and she was always with us at Meditation.
One day though, we received a call: she was frantic because her boy was missing. Eduardo had run away! She came to see me and I learned more about the situation. Her husband had left her for another woman. Because she hated her she had forbidden her son to visit his father. The boy missed his father terribly. For a while he had been very demanding with his mother asking for things she could not buy. Then he decided to run away and went to his father’s house and did not want to come back!
It was hard to explain to Maria del Socorro that she could not do that. No matter how bitter the divorce, no matter how much she hated her ex - husband, the boy needed to see his father. She had been cruel with the boy because she had no right to separate father and son. Finally she and the boy’s father reached an agreement for shared custody. The boy was then happy and did not ask for more toys.
Disturbing emotions like anger, hatred and jealousy make us act in a certain way, and we may be hurting not who we hate; but those we love the most!
EL SECRETO QUE GUARDABA
Me había olvidado por completo de María del Socorro Pérez Gómez, hasta que encontré una fotografía en Facebook. Ella era un miembro de nuestra Sangha de la época en que nos reuníamos a fines de los noventas en el departamento de Carlos Vega. Ella era delgada, flexible y atlética: era profesora de Yoga. Tenía una amplia sonrisa a pesar de los brackets y era muy conversadora.
En las
reuniones de la Sangha primero meditábamos y luego de cantar Mahakala, nos
quedábamos a hacer vida social. Comprábamos bebidas o llevábamos sándwiches y
nos reuníamos por varias horas. Algunas veces alguien tocaba la guitarra, otras
veces bailábamos; pero siempre lo pasábamos genial. María del Socorro empezó a
venir con frecuencia y descubrimos algunas cosas sobre ella: era dos veces
divorciada. Tenía un hijo mayor adulto que vivía solo, y un niño de ocho años
que vivía con ella. Vivían con el papá de ella que era un señor muy mayor con
Altzheimer.
Un día nos
invitó a Javier y a mí a visitarla. Era en un departamento en un segundo piso
en un edificio moderno en una bonita avenida. Conocimos al papá el cual nos
repitió muchas veces la misma historia:
cómo había conocido a la que fue su esposa, ya fallecida.
Luego
conocimos a Eduardo, su niño de ocho años. Era un niño guapo, pero no te miraba
a los ojos: miraba a otro lado. Una cosa de la que nos dimos cuenta era cómo le
pedía a su mamá que le comprara este u otro juguete. María del Socorro no ganaba
mucho dinero como maestra de Yoga, y luego nos enteramos que el papá del niño no
era muy generoso con la pensión. En realidad tenía mucho dinero porque tenía
una fábrica, pero no le daba mucho a su hijo.
Después que
nos fuimos, Javier comentó: ”Siento que acá hay algo raro.” El chico había
insistido mucho en que le compraran esos juguetes. Pero la vida siguió su curso
y nos olvidamos. María del Socorro era divertida y venía siempre a la
meditación.
Sin embargo
un día recibimos una llamada: Estaba desesperada, su hijo Eduardo había
desaparecido. Ella me vino a ver y me enteré más de la situación: su marido la
había dejado por otra mujer. Según ella era una mala mujer. Como no le gustaba
le había prohibido a su hijo visitar al papá. El niño extrañaba mucho a su
padre. Por un tiempo se había mostrado muy pedilón con la mamá pidiéndole cosas
que ella no podía comprar. Después decidió huir y se había ido a casa de su papá. ¡Ya no quería
volver!
Fue difícil
explicarle a María del Socorro que no podía hacer eso. No importaba lo difícil
del divorcio ni cuánto odiaba al ex marido. El niño necesitaba ver a su padre.
Ella estaba siendo cruel con el niño. No tenía derecho a separarlos.
Finalmente
ella y el papá del niño llegaron a un acuerdo para compartir la custodia. El
niño estuvo feliz y ya no pidió más juguetes.
Las
emociones perturbadoras como el odio, la ira o los celos nos hacen actuar de
cierto modo y podemos herir no a quienes odiamos sino a los que más queremos.