Lama
Ole had had Kalu Rinpoche as a teacher besides Karmapa, and alsoa
Lama from Bhutan who lived in Nepal called Lopon Tsechu Rinpoche who
is mentioned in his book “Entering
the Diamond Way”. One day we got a letter from Lama Ole speaking of
a South America Tour of this legendary lama. He would come with
another lama and with Margarita, a Polish lady who spoke Spanish. She
would be the translator. She was Tomek Lehnert’s sister.
He
did not think he would come frequently to this distant corner of the
world. The initiations turned out very powerful, so much so that
after one of them one would feel as if we had been beaten up. The
lamas would prepare since very early starting to pray at four in the
morning, and before we could enter the premises where the initiations
would take place , we had to wash and drink saffron water previously
blessed.
Lopon
Tsechu was a very special lama. Because of his development and his
unconditional love to all, many persons made a strong connection with
him. We could not communicate with him in Tibetan, and only knew
“Tashi Delek” (greeting)” manbo”(good) and “tashichi”
(thankyou), but with signs and gestures we managed to communicate. In
truth some persons (me included) hugged him, kissed his hands and put
heir heads on his shoulder; excessive liberties which he took with
humour. We went to the airport in tears to say good-bye. They would
come back in the Summer of 1995, but until then and still now he was
in our hearts.
What
we did first was dress
our giant accordingly. The Shaman got him an extra-large bathing
suit. We took him to the marketplace and it took a lot of work to get
him some slaps (Hawaiians) his size. We finally found some huge ones
which almost fit him. Lama Kalsang bought a straw hat and we returned
home. Lopon Tsechu decided to stay saying mantras on the terrace
overlooking the ocean. We understood he would enjoy staying alone.
The rest of us went down to North Beach. Lama Kalsang looked cute
with his hat on. He bought an ice-cream, but as a good Tibetan he did
not want to get in the water.
We went many times to the airport to drop them off and to pick them up. I have pictures taken at four in the morning before a flight to Cuzco. Something hard to understand happened to Hota and I when we finally went to say good-bye. We arrived in my car. When saying good-bye Lopon Tsechu smiled at us with that unconditional love only he could have. Lama Kalsang gave us a bear hug with all his love. They passed passport checkout and waved good-bye from the inside. Hota and I went towards a door which opens automatically as you step near it, to get out of the building. We had not finished walking out of the sensitive rugs when we stared at each other. Something was happening to us. Suddenly we could not move and we looked joyfully at one another. We could not talk.
We only laughed like fools with the widest grin, the biggest smile. It was a wide clean joy and it reached the limits we could bear. Obviously in those circumstances we could not drive. We couldn’t even walk. We barely took some steps to get out of people’s way. It was six in the morning and we had not eaten anything, so we could not blame it on anything we had ingested.Between smiles and chirps, with our eyes slanted with happiness, we both exclaimed at a time- “Lopon Tsechu!”
Hota
bought himself a black tobacco cigarette with no filter (Inca) in
order to bring down what he was feeling. I just opened to it. It was
a contact with the open space of Mind: unlimited joy and pleasure.
Many years later I would talk about this experience with Eduardo, a
Colombian friend. “Yes”, he said, ”those blessings of Lopon
Tsechu were memorable. One would have to go to have coffee for some
hours until they faded.”
Truth is we could not move at least
for an hour standing next to my car where we got as we could. I could
finally drive and we returned laughing all the way. If a policeman
had stopped us I don’t know what he would have thought
about us: that we had drunk a whole bottle of vodka or that we were
drugged with laughing gas. But among the things you can inhale or
ingest, nothing compared to a blessing of Lopon Tsechu, The
transluscent lama.
Lama Ole había tenido de maestros aparte del Karmapa, a Kalu Rimpoché y a un lama butanés que vivía en Nepal, de nombre Lopon Tsechu Rimpoché, del cual habla en su libro “Cuando el Pajaro de Hierro Vuele”. Recibimos un día una carta de lama Ole en la cual nos hablaba de una gira de éste personaje legendario. Vendría con un lama de acompañante y con Margarita, una polaca que hablaba español. Ella sería la traductora. Ella era hermana de Tomek Lehnert.
Fuimos al aeropuerto a recibirlos. Era julio del 93. Lopong Tsechu era un señor de unos setenta y tantos años. Tenía una apariencia juvenil a pesar de su edad. Venía con el gigante más bondadoso del mundo, un tibetano enorme de nombre lama Kalsang. Margarita era rubia de ojos azules y también muy simpática. Ella se había criado en Buenos Aires y hablaba el español con acento argentino. Margarita tenía una larga historia de amistad con Ricardo, que venía de mucho tiempo atrás, en Polonia. Estuvieron muy emocionados de volverse a encontrar. También venía Pedro Gómez que filmaba todo el recorrido del lama .El ya había venido anteriormente con Ole la primera vez que vinieron en el 90.Pedro traía a Dorrit, su esposa y su hijo Nicolás de doce años.
Lopon Tsechu en su infinita sabiduría decidió que necesitábamos iniciaciones básicas en Yidams: Tara, Chenrezig, Vajrasattva y Amitaba…para que pudiéramos practicar. El no pensaba que vendría con mucha frecuencia a este lejano rincón del mundo. Las iniciaciones resultaron poderosísimas, tanto que después de una de ellas uno se sentía como si lo hubieran golpeado. Los lamas se preparaban desde muy temprano poniéndose en oración desde las cuatro de la mañana y antes de dejarnos entrar al recinto donde se daban las iniciaciones teníamos que hacer abluciones con agua bendecida teñida de azafrán.
Sobre Lopon Techu empezaron unos comentarios que seguirían hasta el final de su estadía. Algunas personas al mirarlo veían a través de él. Una señora al mirarlo no le vio la cabeza. Otros le tomaban fotos y no salía él, solo salían los muebles y la habitación. Nos habían contado que él hacía unas prácticas con el cuerpo ilusorio, el cuerpo de luz. Ya lo decía lama Ole en su libro “Cuando el Pájaro de Hierro Vuele”. Fuera lo que fuere el lama se desvanecía ante nuestros ojos como una aparición.
Decidieron llevarlo al Cuzco y organizaron un encuentro entre culturas. En un sitio apartado en el campo, Lopong Tsechu se encontraría con un representante genuino de la cultura incaica: un sacerdote o Alto Misayoc de los Q’eros, un grupo indígena que había logrado no tener contacto, o contacto mínimo con los invasores españoles al adentrarse en lo mas profundo de la sierra durante la colonia. Ellos guardaban la tradición Inca en toda su pureza. Los Q’eros tenían la leyenda que un día llegaría un maestro de muy lejos acompañado por uno de la nacionalidad de los invasores, y después regresaría el Inca (¿Llegará el inca esperado?).
Partieron Lopon Tsechu, Lama Kalsang , Margarita, el español Pedro Gómez con Dorrit y Nicolás y Jota. Allá en el Cuzco se iban a encontrar con un antropólogo, Juan Víctor Nuñez del Prado, el cual los iba a llevar a un lugar intocado por los españoles, al encuentro con ellos.
Me cuentan que fueron en auto a una zona alejada y se bajaron. El resto era a pie. Tenían que caminar por varias horas para llegar al lugar acordado. Jota tenía cuarenta años y caminaba bien, pero Lopon Tsechu con sus setenta años les llevaba ventaja a todos. El tenía los pies más jóvenes que ví en un adulto y tenía una técnica o sabiduría antigua tibetana por la cual sus pies casi no tocaban la tierra; y con estos pasitos en el aire iba rápidamente, como flotando con gran rapidez. Era un Lungpa.
En un momento, Pedro se puso molesto. Pensó que era mucho lo que se exigía de un anciano el hacerlo caminar tanto, y que era un abuso para con él y discutió con Jota. Pero en realidad Lopon Tsechu estaba divinamente y seguía deslizándose a varios centímetros del suelo dejándolos atrás a todos. Tuvieron que dejar de discutir para alcanzarlo.
Finalmente, con el guía y el antropólogo llegaron al lugar acordado. Allí los esperaba el Alto Misayoc con algunos asistentes. En una ceremonia que fue filmada por Pedro, Lopong Tsechu le pasó y ofreció todos sus poderes al Alto Misayoc y el Alto Misayoc a él. Se intercambiaron ofrendas y se llevó a cabo el primer contacto entre la cultura andina y la tibetana. Los participantes lograron una magia especial y terminamos hermanados los peruanos y los tibetanos.
En el Cuzco también les mostraron los Q’eros una cueva cerca de lo lugares sagrados, que era muy parecida a la de Padma Sambhava, según le dijo Lopon Tsechu a Pedro. Decía una leyenda que había en el Cuzco un agujero que llegaba hasta el Tíbet y que por allí vinieron maestros en el pasado. Decía Lopon Tsechu que mas bien en antiguos tiempos los maestros volaban a otros lugares a dar enseñanzas. En textiles de los antiguos peruanos hay maestros voladores, seres alados que tienen como una corriente que sale de sus bocas.
En el Cuzco también tuvo lugar otra ceremonia: Lopon Tsechu fue declarado Huésped Ilustre de la Ciudad. La ceremonia tuvo lugar en el ayuntamiento del Cuzco en presencia de nuestros amigos, el antropólogo y los Q’eros. Margarita tradujo la larga ceremonia. Un detalle que demuestra la bondad de Lopon Techu es que en un momento los llevaron a ver unas maquetas en el ayuntamiento y el al ver la timidez de uno de los maestros Q’eros, Lopong Tsechu lo lleva de la mano con él a inspeccionar todas las maquetas. Ellos viven en el campo alejados de todos y no estaban acostumbrados a tanto protocolo.
Al regreso del Cuzco le dieron la noticia a Rinpoché que Abimael Guzmán, el líder del grupo senderista que asolaba el Perú y que había causado la muerte de unas 25,000 personas con su guerra fratricida había sido aprehendido. El sintió una gran compasión por él, por ese karma tan negativo, y pidió lo llevaran a un lugar cercano a la prisión. No podíamos llevarlo a la prisión pero si a una playa cercana, donde con sus pasitos ligeros se alejó e hizo mantras por él. Al mes de estos rezos capituló Sendero Luminoso!
Lopon Tsechu era un lama muy especial y por su desarrollo y por su amor a todos, muchas personas tuvieron una fuerte conexión con él. No nos podíamos comunicar con él en tibetano,y no pasábamos de tashi delek(saludo), manbo (bueno)y tachichi (gracias); pero con señas o con gestos nos comunicábamos. En realidad algunas personas entre las cuales me incluyo lo abrazaban, le besaban las manos y le ponían la cabeza en su hombro, confianzas excesivas que él tomaba con humor. Demás está decir que fuimos al aeropuerto, hechos un mar de lágrimas a despedirlos.
Volverían en verano de 1995, pero hasta entonces, como hasta ahora estuvo dentro de nuestros corazones.En enero de 1995 Lopon Tsechu acompañó a Lama Olea un Phowa en el Cuzco. Aunque los arco iris en el cielo siempre se dan después de las enseñanzas, esa vez estuvieron espectaculares. Ese verano yo había alquilado una casa en la playa. Era en la “Grecia Peruana”, un antiguo pueblito con una bahía con casitas que bajaban en degradé hasta la playa. Era la Ribera Norte de San Bartolo y la casa no era muy grande, pero tenía una terraza con vista al mar y quedaba cerca de una escalera que bajaba hasta la playa.
Lo primero que hicimos fue equipar a nuestro gigante. El Chamán le consiguió una ropa de baño extra large. Lo llevamos al mercado del pueblo y costó mucho trabajo conseguirle unas sayonaras de su talla. Finalmente conseguimos unas enormes que le quedaron con la justas. El lama se compró un sombrero de paja y regresamos a la casa. Lopon Tsechu decidió quedarse diciendo mantras en la terraza mirando al mar. Comprendimos que iba a disfrutar quedándose solo. Todos los demás nos fuimos abajo, a playa Norte. A lama Kalsang se le veía lindo con su sombrero y se compró un helado, pero como buen tibetano no quiso meterse al mar.
No habíamos terminado de salir de las gomas con sensor cuando Jota y yo nos miramos. Algo nos pasaba. De pronto no nos podíamos mover y nos mirábamos gozosos el uno al otro. No podíamos hablar. Solo nos reíamos como tontos con la sonrisa más amplia que podíamos. Era una felicidad ancha y limpia y llegaba a los límites que podíamos resistir.
Jota se compró un cigarrillo Inca para tratar de bajar con el tabaco las sensaciones. Yo solo me abrí. Era un contacto con el abierto espacio de la mente: goce y placer ilimitados.
Muchos años después comentaría este hecho con Eduardo, un amigo colombiano. “Si,” me decía, “Esas bendiciones de Lopon Tsechu eran memorables. Uno se tenía que ir a tomar un café por algunas horas hasta que pasara”.
La verdad es que por lo menos una hora no nos pudimos mover, y estuvimos parados al lado de mi carro adonde llegamos como pudimos. Finalmente pude manejar y nos regresamos riendo todo el camino. Si nos hubiera parado un policía no sé qué hubiera pensado de nosotros: que nos habíamos bebido una botella de Vodka entera o que estábamos drogados con gas hilarante. Pero nada se compara en lo que se pueda consumir, con una bendición de Lopon Tsechu el lama translúcido.
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